martes, 13 de abril de 2010

13 - 04 - 10

DEL CARRETEO AL RAPEO Y DEL RAPEO AL CARRETEO

Por: Adriana Bejarano

En medio de esta gran ciudad se encuentra un hombre, él es Guillermo Buitrago, “el churrito del barrio”, como le dicen las mujeres de la “colombianita”, el lugar donde viven, este es uno de los tantos zorreros que hay en la capital de Bogotá, aunque prefiere que le digan “carretero”, es un hombre de piel trigueña, con aproximadamente 28 años de edad, 1,75 de estatura, cejas poco pobladas y unos grandes y rosados labios que rodean su boca con la cual expresa su sonrisa, que a pesar de lo dura que ha sido su vida, sigue luchando por mantener su hogar; es padre de 5 hijos y esposo de una humilde señora llamada Janeth.

Este hombre que interrumpe su sueño para levantarse a las cuatro de la mañana, en medio del frio que adormece sus huesos y cuando la inconsciente sociedad aun duerme, inicia su día de labores que termina más o menos después de 16 o 18 horas de trabajo extenuante, sale de su casa y con gran orgullo transita por las calles de Bogotá con sus acompañantes especiales, un coche y su lindo caballo bautizados como “La Trochera” y el “Faraón”, según él porque nunca lo han dejado votado ni en la calle mas destapada.

Este carretero, debe pasar por situaciones difíciles, como la de los automóviles que no le dan paso a su vehículo, a aguantarse insultos por parte de los transeúntes, porque si o porque no y a su alrededor solo se ven casas de cartón, de madera, de lata, tejas de zinc, perros callejeros como mascotas, mujeres embarazadas y muchos niños por los cuales el se pregunta ¿cuál será su futuro?...

El trabajo de este original, sencillo y divertido personaje, consiste en buscar entre la basura, alguna botella, papel o algo parecido, con el fin de reciclar, vender y obtener dinero para darle de comer a su familia y a su caballo, que desde luego, es la herramienta más útil para el trabajo de un zorrero. Pero esto no es todo, Guillermo, además de ser el precursor del reciclaje en la zona, el líder de la junta de acción comunal del Barrio; la cual tiene como objetivo velar por el trabajo de los zorreros, también tiene otras aficiones como rapear, dice que es un don que le ayuda a apartarse un poco de la intolerancia y agresividad de la “civilización”, que según él, estas personas viven en un mundo de fantasías y por poseer un estilo de vida diferente al de ellos, los apartan de la sociedad como si fueran lo peor, a tal punto que llegan a tildarlos como “escoria”.

De esta manera es como la sociedad que es indiferente a las costumbres de los recicladores y zorreros, muere en el intento por tratar de construir cultura, ya que se olvidan de las personas que realmente necesitan ser escuchadas, ya sea para contar sus anécdotas de felicidad o infelicidad o la carga que llevan día a día, que gracias a sus sacrificios han salido adelante pero que aun no entienden porque el hecho de vivir en un espacio de la ciudad que pocos visitan, en medio de grandes moles de cemento, los convierte en “habitantes de otro planeta”.

La “colombianita”, un lugar que se encuentra en el corazón de la ciudad, exactamente detrás de Carrefour de Paloquemao, en la carrera 30 con calle 19, un espacio donde se ve que importa más el capitalismo que la dignidad humana y que se parece más a un callejón sin salida, donde hay pocas oportunidades para escapar, es el sitio donde están las verdaderas personas, allí viven los recicladores, zorreros, donde conviven caballos, niños descalzos, habitantes de la calle y muchas personas que con el propósito de conseguir un mejor “bienestar”, sobreviven con la única fuente de ayuda que tienen que es el “reciclaje”.

Este paraje solitario y abandonado, es un territorio independiente en medio de una ciudad, es un pequeño país dentro de otro país, con sus propias normas, pero que como en todos los países las personas que lo habitan, buscan que sus opiniones sean tomadas en cuenta para poder tener un poco de tranquilidad.

En esta pequeña parte de ciudad es muy poco el espacio que hay, ya que las tablas, tejas, cuerdas, trapos, ropa vieja, botellas plásticas, paraguas oxidados y todo lo que las personas han usado para construir y sostener sus ranchitos, invade completamente las calles. Las “casas” son muy pequeñas, sus “paredes” están rayadas con dibujos, frases, carteles y están cimentadas en medio de un separador en la avenida 19, un lugar donde pareciera que el dolor y la necesidad fuera el único ambiente que los rodea.

Pero todo no es tan malo como la gente del común piensa, porque dentro del hogar de Guillermo, hay agua, luz y no sería raro encontrar algún electrodoméstico, como tampoco sería sorprendente que mamá, papá e hijos se bañen todos los días en una ducha con calentador, ya que todas las familias que viven en la “colombianita”, al igual que las personas de afuera tienen sueños, que aunque se les presentan más obstáculos para hacerlos realidad, buscan la manera de lograrlo.

Lo más importante y lo que también podría ser un motivo de preocupación seria que no existiera amor, pero en esa pequeña morada donde todas las noches llega Guillermo, para compartir con su esposa y sus pequeños hijos, las experiencias vividas durante el día y con los que por medio de risas, abrazos, cantos y hasta bailes expresan su cariño, lo que tal vez en los suburbios de la sociedad no exista. Este pequeño hogar es una muestra de amor verdadero, que a pesar de que no tienen lujos y que su vida no ha sido fácil, con solo una sonrisa demuestran que una familia unida puede sobrepasar cualquier obstáculo, así les cueste más trabajo y tengan que hacer más sacrificios que otros.

El olvidado mundo de los zorreros, es un espacio habitado por personas que a gritos piden ser tomadas en cuenta y ser escuchadas, es una oposición social entre la miseria y el favoritismo, un sitio aparte de las clases sociales en donde no se encuentra la diferencia entre tener hambre, estar enfermo, sentir frio o saber que cual es la necesidad de su cuerpo, de su vida o de su familia.









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